CÉSAR VALLEJO
En Contra el secreto profesional, escribe: «Hay un timbre humano, un latido vital y sincero, al cual debe propender el artista, a través de no importa qué disciplinas, teorías o procesos creadores. Desde esa emoción, seca, natural, pura, es decir, prepotente y eterna, y no importan los menesteres de estilo, manera, procedimientos, etc.». Se trata más bien de una anti-arte-poética que no prescribe (ni proscribe) ningún género de procedimiento. [...] Vallejo se acerca a la escritura desde una perspectiva de marginalidad. Ante el lenguaje, su sujeto lírico será el niño, el indio, el iletrado: su imagen no es la del literato que se sitúa por encima del lenguaje y gobierna todos sus registros (cuyo paradigma podría ser Lugones, por ejemplo), sino la de quien lucha con un lenguaje establecido, equivocándolo, deformándolo, minándolo.