LINIERS, RICARDO
(...) Liniers desconcierta. Empezando con su apellido que llega desde el fondo de nuestra historia, ya que no dudo de que es descendiente directo del Virrey del mismo nombre, fusilado en Córdoba en 1810. Si los pueblos tienden a repetir sus conflictos temo que éste, el Liniers dibujante, termine fusilado por algún lector definitivamente hinchado las pelotas ante el terco e inexplicable mutismo del sublime osito Madariaga. Y me consta que los lectores de Liniers pueden llegar a tales extremos porque mi hijo Franco -que adora la tira- es capaz de pasar del amor al odio con asombrosa versatilidad. Cuando leo a este artista posmoderno y globalizado (nada más globalizado que la historieta, con globitos casi en cada cuadro) paradójicamente, retorno a mi infancia. Porque Macanudo tiene un espíritu y una estética mágicamente aniñada. Aparecen personajes infantiles como el gato Fellini, Oliverio la Aceituna, la vaca cinéfila (lo que confirma mi sospecha de que el autor es propietario del Mercado de Hacienda) y hasta pingüinos que deben apelar a ideas estrafalarias para superar el incorregible aburrimiento de la Antártida. Yo podría afirmar -y, de hecho, valientemente, lo afirmo- que el estilo de Liniers es ingenuo. Pero ¡cuidado! desprevenido viandante, es la primaria ingenuidad del león que se morfa una gacela. Disfrutemos de su aparente candidez, pero sin acercarnos demasiado a su territorio, ya que en Liniers habita un sanguinario depredador del comic. Del prólogo de Fontanarrosa