CHRISTOPHER RYAN
Desde los tiempos de Darwin, nos han contado que nuestra especie tiende naturalmente a la monogamia sexual. Tanto la ortodoxia científica como las instituciones religiosas y culturales mantienen que hombre y mujeres hemos evolucionado en familias en las que los unos intercambiaban sus posesiones y su protección por la fertilidad y la fidelidad de las otras. Pero este discurso se desmorona. Cada día se casan menos parejas y los índices de divorcio aumentan sin cesar, mientras el adulterio y la disminución del deseo hacen naufragar matrimonios en apariencia sólidos.